Tanto en las religiones antiguas como en las manifestaciones religiosas actuales, el espacio con frecuencia describe el propio contenido: iglesias cristianas, templos budistas, mezquitas musulmanas, monasterios, eremitorios, ashrams, son lugares donde el creyente ora, aprende, se relaciona con sus compañeros de creencia y muchas veces lleva a cabo los ritos de paso que configuran y señalizan los momentos más importantes de su vida. Además, actualmente se plantea de manera muy interesante el debate sobre en qué medida la religión puede apropiarse (o no) del espacio público para hacerse visible en las sociedades secularizadas.
Por otra parte, desde la prehistoria, la religión se plasma en movimientos individuales o grupales hacia destinos que se consideran privilegiados en cuanto a la experiencia religiosa que se vive y se manifiesta en ellos. En estos lugares, lo religioso se manifiesta de una manera muy especial y a ellos se acude ya sea de manera estacional, ya sea de manera funcional, ya sea porque allí el grupo religioso obtiene una identidad especial o una recompensa grupal de cualquier tipo, desde una curación a la mera contemplación de lo numinoso.
Lo contemplativo es otro de los aspectos en los que lo experiencial está íntimamente ligado a un espacio, en este caso configurado de una manera estática. La contemplación busca el estado de quietud y reposo y esto se puede manifestar de distintas maneras a lo largo de la historia y del conjunto de las religiones del mundo.
Finalmente, las religiones migran por el mundo, ya sea por necesidad, por una expansión violenta, por una voluntad misional o por pura expansión demográfica. El movimiento de las religiones ha sido una constante a lo largo de la historia, pero en la actualidad constituye un hecho que acompaña de manera decisiva a los actuales movimientos migratorios, dando lugar a sociedades complejas donde el papel de la religión como factor de identidad se refuerza o se debilita, según los contextos.